La entrada del hogar es un espacio que cruzamos a diario sin notarlo. Pasamos apresurados, dejando zapatos al vuelo o buscando las llaves. Por ser un lugar de paso, suele quedar al final de nuestras prioridades. La idea de que necesita diseño sofisticado nos detiene antes de comenzar. Así, permanece vacío o desordenado, esperando un mejor momento.
Sin embargo, la entrada tiene un poder singular: es la primera impresión que ofrecemos y el primer refugio al llegar. Cambié mi perspectiva y noté que no se necesita mucho para darle vida. Solo hace falta enfocarse en los pequeños detalles. Con dos jarrones de vidrio que encontré por casualidad, todo cambió.
El poder transformador de los jarrones: sencillez con impacto
No busqué jarrones, pero me llamaron la atención. Uno era alto y transparente, similar a un tubo de vidrio. El otro, más ancho y bajo, era perfecto para ser llenado. Ninguno destacaba por sí solo, pero juntos lograban un equilibrio. Compré el primero en Amazon y el otro en una tienda local. Total: menos de 30 euros. Sin saber dónde colocarlos, al llegar a casa los puse en la entrada vacía y encajaron perfectamente.
Un toque personal con elementos simples
Empezó un juego de creatividad. No quería algo costoso o abrumador, solo resaltar lo existente. En el jarrón alto, coloqué ramas, eucalipto artificial y palitos de un viejo pot-pourri. En el más bajo, una vela grande color crema sobre arena decorativa. El contraste de alturas y materiales naturales con el vidrio creó una atmósfera acogedora. Era minimalista pero cálido, y no parecía improvisado.
El vidrio como aliado versátil
El vidrio, aunque sencillo, aporta ligereza. Permite el paso de la luz, no sobrecarga ni llena el espacio. Es adaptable: puedes colocar flores secas, conchas, una planta pequeña o luces y siempre parece nuevo. Probé distintas combinaciones: rodajas de naranja seca, sin arena, flores de algodón. Cada cambio alteraba el resultado, pero mantenía una armonía.
Pequeños cambios, grandes efectos
Utilicé un trozo de madera clara que encontré en el sótano. Lo limpié y lo coloqué bajo los jarrones. Este pequeño soporte los hizo más visibles, creando un punto focal. Cerca tenía un espejo: la composición se reflejaba, amplificando sin abarrotar. Por la noche, con una lámpara cercana, el vidrio reflejaba la luz, ofreciendo una calidez antes ausente.
Existen muchas variantes según el espacio o estilo deseado. Para un toque rústico, opta por jarrones de vidrio ámbar con espigas o flores secas. Si prefieres lo nórdico, elige dos jarrones delgados con una rama larga. Para algo más espectacular, las luces LED dentro del vidrio siempre funcionan, especialmente en invierno. Lo mejor es que no necesitas rehacer todo: cambia solo el contenido, ajustándolo a las estaciones o tu ánimo.
Finalmente, decorar la entrada fue más un ejercicio de atención que de estilo. Gasté poco, no transformé nada ni busqué un efecto especial. Solo decidí cuidar ese rincón de casa que antes pasaba desapercibido, y eso fue suficiente.
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